lunes, 30 de junio de 2008

Pequeño homenaje a Juan Ramón Lodares

Es toda una elegancia que Estados Unidos no tenga lengua oficial. Su constitución, de 1776, no lo contempló en ese momento. Ni en el momento de ahora. Por aquella fecha Herder era un desconocido. Y, afortunadamente, sus enseñanzas no llegaron a cruzar el Atlántico. Algo que, por cierto, marca una gran diferencia entre el carácter europeo y el americano. Con esto no quiero sugerir un enlace hipotético entre Herder y la lengua oficial. La lengua oficial es la lengua administrativa. La lengua de Herder es la lengua propia. La primera nació con la aparición de los Estado-nación modernos. La industrialización hacía necesaria la alfabetización de la sociedad en una lengua, que debía ser la lengua de las elites del antiguo régimen. Así lo explicaba Gellner en su libro Naciones y nacionalismo. La segunda dio pie a los nacionalismos románticos del XIX y a los nacionalismos asilvestrados del XX. Vincula la lengua a una visión determinada del mundo. Le da vida y hace de ella una especie. A finales del XX, los ecólatras la han incluido en su lista de especies a proteger.

Me fascina ese pragmatismo con el que los americanos tratan los idiomas. Ese reduccionismo del idioma no ya a un instrumento para comunicarse. Para eso tienen el inglés. Sino como un potencial de negocio privado (clientes) y público (votantes). En el metro de Nueva York se puede leer indistintamente letreros en español y en inglés. Publicidad o anuncios del ayuntamiento. No importa. Nadie protesta ni ve en peligro su identidad. No hacen falta manifiestos ni respuestas burdas. Se impone el sentido común. En el fondo subyace un desprecio razonable a la lengua como fetiche. Incluso entre los hispanohablantes. Todos ellos ven el inglés como un idioma de oportunidades. Educan a sus hijos en esa lengua y en ningún momento se plantean el porvenir del español en Estados Unidos. Si sus hijos y nietos pierden el idioma a cambio de un futuro mejor, que así sea. Ni la salud ni el futuro de su idioma materno les preocupa. Son indios, no sociólogos. Esas cuestiones las dejan para nuestros bien nutridos académicos.

Post Scriptum. "¿Por qué cree usted que los productores de Hollywood no traen películas dobladas al catalán? ¿Porque le tienen manía? ¿O porque consideran que el público catalán puede verlas, igualmente en español? En Hollywood saben que si llevas cinturón puedes ahorrarte los tirantes". Juan Ramón Lodares (1959 - 2005). Fue lingüista y profesor de la UAM.

sábado, 28 de junio de 2008

Arte y artes


New York City Waterfalls. Inauguradas el pasado jueves 26 de junio.

Quería sugerir que este espacio es importante, como lo es el que hay entre dos edificios, porque es lo que define la calle y también el espacio público. En Europa ha habido cierta tendencia a recuperar los frentes marinos o fluviales, pero en Nueva York hay un pragmatismo muy diferente sobre el espacio público, que en general se considera un entorno comercializable o privado. Con estas cascadas quería plantear la cuestión sobre el espacio público y su necesidad. (...) Es por eso por lo que las cascadas tienen sentido para mí, porque te hacen más explícito y accesible el espacio [público], lo puedes incorporar a tu vida, a tu cuerpo. En resumen, lo hacen más democrático.
No obstante, el actual regreso a la mímesis, al naturalismo, a la copia mecánica de “lo real” (entendido como “lo que todo el mundo sabe” y “la representación de la opinión pública”) se produce ya fuera del Arte, en el escenario de un espectáculo llamado cultural (aunque es tan sólo económico) en donde las artes pueden producir objetos mucho más divertidos, entretenidos e interesantes, y competir de nuevo con los espectáculos superiores: el cine, el móvil, Internet, la televisión, el deporte, el sexo, la política. No hay en ello una pérdida, sino un cambio de inversiones en busca de rendimientos.

Ninguna melancolía debe atarnos al pasado de las artes reunidas desde el renacimiento en aquella unidad metafísica llamada Arte. La melancolía nos impediría observar que el actual espectáculo, la dispersión de las artes en su espectro clásico y gremial (los oficios, las técnicas), es también el regreso de una producción que se corresponde con una clientela masiva antes inexistente. Si conservamos un cierto respeto hacia lo que durante casi tres siglos fue el Arte no podemos ahora dejar de mirar, aunque sea sólo por honradez, su espectacular descendencia. Los millones de productos que cada día se lanzan al mercado “artístico” buscando clientela es abrumador y un motivo constante de estudio, reflexión e incluso placer. Es probable que The
Soprano’s haya ocupado el lugar que algún día correspondió a Goldoni, pero eso no debe llevarnos al sarcasmo, sino a un más intenso esfuerzo por comprender lo que se oculta bajo la expresión: "democracia de masas"
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viernes, 27 de junio de 2008

¡Por el derecho a la diversidad, defendamos la Slice!

Hoy tocaría escribir sobre el tema de portada que trae el New York Times y la edición digital de los diarios europeos: el Supremo de Estados Unidos ha ratificado el derecho individual a llevar armas. Este tipo de noticias me encanta: hincha el ego de los europeos, y les reafirma en su creencia de que estos yanquis son unos bárbaros. Y lo son, qué duda cabe. Ir por ahí con armas en pleno siglo XIX... ¡habrase visto! Sin embargo, yo, como la vicepresidenta de mi país, también soy un defensor de la diversidad cultural, y si hay que respetar el hábito cultural de las mujeres islámicas a llevar velo, también tocará respetar, digo yo, el derecho de los americanos a portar armas. Al menos estos últimos lo someten a la deliberación humana de los jueces, la máxima institución democrática, y no a leyes de presunta inspiración divina. No sé, digo yo.

Pero el tema sobre el que quería hablar hoy, puestos a seguir por la senda - la pendiente, que diría Pericay - de la riqueza cultural, es una costumbre neoyorquina a la que no puedo por más que rendir pleitesía: la slice, ese porción de pizza que por dos dólares uno puede adquirir en cualquier calle de la ciudad. Por defender esta costumbre, yo también empuñaría un arma. Es más, estoy segurísimo de que detrás de todas las motivaciones que han llevado al tribunal estadounidense a refrendar ese derecho constitucional, está el temor a perder un hábito tan neoyorquino como el de comerse una slice por la calle. Hay tanto miedo por esa uniformización cultural (¿de dónde vendrá, por cierto? Porque con tanta diversidad ya me he perdido), que los americanos se han visto obligados a tomar cartas en el asunto. Y están en su derecho, faltaría más. Y en este sentido - el de la slice, claro - yo soy el más multiculturalista de todos. O más.

Así que un hurra por la diversidad cultural, los velos, las armas y, por supuesto, la slice. Por cierto, desde que llevaron la redacción a Brooklyn, no paro de rendir homenajes. Hay una pizzeria al lado del edificio y para interés de cinéfilos y grastónomos, por allá cerca, un John Travolta en el papel de Tony Manero se tomó su doble ración de slice al comienzo de Saturday Night Fever. Aquí está el vídeo. ¿Quién me va a negar a mí el derecho a llevar un arma para defender esto?








Post Scriptum. Aquí podéis leer un completo reportaje sobre la slice. Delicioso.

jueves, 26 de junio de 2008

Don't Ask the Locals

No conozco bien la gestión de Bloomberg, pero creo que no me equivoco si digo que la campaña turística "Just ask the locals" ha sido la más innecesaria de todas. No sé el presupuesto que el Ayuntamiento se habrá dejado en empapelar paradas de metro y de autobús con esa leyenda. Se lo podría haber ahorrado. Aquí no es necesario preguntar a los autóctonos, son ellos los que siempre se interesan por los foráneos. Nueva York es una ciudad grande, cosmopolita, mestiza y bla bla bla. Pero tiene un aire pueblerino encantador. A veces a uno le dan ganas de decir "buenos días" cuando sube al metro. No sé de dónde sacan algunos que en esta ciudad nadie se mira a los ojos, ni se toca y todo el mundo va a la suya. No seré yo quien niegue que ese es un juicio justificable cuando uno se pierde por el trajín de la Gran Manzana (perdón por la reminiscencia de Sabina). Pero hagan la siguiente prueba: cuando entren al metro, párense un momento a mirar el plano de las líneas. De inmediato alguien les asaltará con la pregunta "¿a dónde se dirige?". Y ese puede ser el comienzo de una amigable conversación. O párense en un cruce, y empiecen a mirar desorientados las diferentes calles. No faltará quien le pregunte: "¿qué calle busca? ¿puedo ayudarle?".

No sé a ustedes, pero a mí me encanta esa diligencia y familiaridad con la que los habitantes de esta ciudad reciben a los extranjeros. Esa felicidad siempre renovada impide presagiar cualquier desencuentro o escenario indeseable. A veces puede resultar un poco impostada, sobre todo cuando las cajeras del supermercado le agasajan a uno con su "how you doin'" o "how was your day". Yo de Bloomberg hubiera invertido ese dinero en asear un poco las estaciones de metro o en abrir un Nathan's (los mejores hot dog de la ciudad) al lado de mi casa. O al menos haber cambiado la tan poco afortunada frase, que parece más dirigirse a una ciudad hosca como Barcelona que no a una abierta como Nueva York. Y pido disculpas a los neoyorquinos por el símil.

miércoles, 25 de junio de 2008

¿Qué Torre Giratoria en Nueva York?

Ayer un arquitecto italiano, David Fisher, convocó a los periodistas en el Hotel Plaza de Nueva York para presentar su proyecto de Torre Dinámica o Giratoria. Con música de Wagner, inauguró a bombo y platillo la "arquitectura del futuro". Leo en las ediciones de El País y El Mundo la nota de EFE. Muy simpática. Un breve resumen del abultado dossier de prensa que repartieron a todos los periodistas. El New York Times, que por algo es el primer periódico del mundo, publicó la nota escéptica de Associated Press, mucho menos amable que la de EFE. AP se tomó la molestia de hurgar un poco, no mucho, pero lo suficiente para intuir que se trataba de un acto de promoción del proyecto. Me encanta cómo empieza: "Un arquitecto italiano...". No habla de ese tal Fisher hasta el cuarto párrafo. Quién coño es ese tío. Poco se sabe. Por el tipo de recepción que obtuvo de los medios neoyorquinos, lo podría haber presentado en Madrid. Allí el acto publicitario hubiera tenido más éxito. Todos saben quién es David Fisher. O al menos eso es lo que se desprende de la nota de los medios hispanos.

No, de momento no se va a construir ninguna Torre Giratoria aquí. Fisher la ha presentado para buscar promotores e inmobiliarias. Hay algo apalabrado. Pero ningún dato que confirme con seguridad que esa Torre Disneyland se vaya a erigir aquí (en Dubai y en Moscú tal vez sí, pero no en Nueva York). Tampoco esa arquitectura del futuro, ecológica, verde que te quiero verde, es la del futuro. Ese tipo de edificaciones inaugura las ciudades-parque-temático. Dubai, por ejemplo. Los anglosajones han sido más escépticos con ese "arquitecto visionario", tal y como se promociona él mismo, que los latinos. Los primeros llegaron al hotel, desayunaron y aguantaron con estoicismo la presentación a lo Blade Runner. Los segundos fueron más agradecidos con el florentino, y por lo que escribieron, las napolitanas fueron de su gusto. En el turno de preguntas, el periodista del sensacionalista New York Post le espetó razonablemente: "¿cuándo me puedo trasladar allí y cuánto me costará el alquiler?". Ayer mismo se podía hacer la reserva para la Torre de Dubai. Yo ya he hecho la mía. El del Wall Street Journal le soltó la pregunta planiana: "Y esto, ¿quién lo paga?". Luego se marchó. En la edición digital del WSJ no aparece nada.

Yo también me fui.

Post Scriptum. Nosotros, que tenemos la culpa.

martes, 24 de junio de 2008

Move

Ni hablar, señor, mi pasaporte no se lo doy. Yo, si quiere, le dejo el D.N.I. de mi país, pero mi pasaporte... eso sí que no. Comprenderá usted que lo debo llevar siempre encima y temo que aquí me lo pierdan. Empecé bien mi primer día en el Metrotech Center, la nueva sede de El Diario. Un edificio con su historia. Supongo que por ahorrar costes, EDLP trasladó la redacción allí. El precio del alquiler en Manhattan está favoreciendo mucho a este barrio, que goza de buena marca y buen vecindario. E incluso de buena música. No tiene el glamour de Manhattan, pero está adquiriendo un cierto aire de... un no sé qué de... mmm... todos mis amigos que han visitado este barrio me han hablado bien. A todos les gustó. Ahora que recuerdo, sólo han sido dos. Pero su juicio vale por mil (personas, claro, no tengo tantos amigos).

El lunes fue el primer día. Llovía cuando salí de casa. Tomé el metro en la 14 y bajé en Jay St. Al salir de la estación, la lluvia daba un aspecto excesivamente gris a la zona. No me gustaba. En algún momento me recordó a Queens, pero con edificios de Manhattan. La redacción está en la 18ª planta. Los grandes ventanales permiten ver casi toda la ciudad: los puentes de Brooklyn, Manhattan y Williamsburg; el Empire State asoma a lo lejos; y todavía más lejos, se puede observar la inmensidad de Queens. Por cierto, que en Brooklyn sirven una cerveza con bastante fama. Ahora caigo en la cuenta que V the Wanderer me hizo un pedido. Me tomaré un par a su salud.

lunes, 23 de junio de 2008

World Trade Center Revisited

Volver al World Trade Center y hacerlo por donde se debe empezar: la St. Paul's Chapel. Detenerse en la sobria exposición que tiene preparada esta iglesia que sirvió de lugar de auxilio y refugio de víctimas y héroes del atentado del 11-S. Y luego dirigirse a la Zona Cero y observar la sempiterna obra de reconstrucción. Parece que nada ha cambiado en los últimos años. Los últimos años después del atentado, claro.

Para 2012 se ha propuesto elevar la Torre de la Libertad. Una proyecto al que no le ha faltado la controversia. Una edificación faraónica para reafirmar el poderío de una ciudad que no se doblega ante nada. Ante la nada. Y buscan dar sentido, un propósito religioso propio de una sociedad donde la religión es más poderosa que la política (por eso creen en Obama). Quizá haya sido un proyecto prematuro. Yo optaría por dejarlo como está. No por un gusto grotesco por los escombros que dejan los atentados, ni por las víctimas. Ni por los símbolos. Porque para muchos hermeneutas occidentales 3 000 víctimas fueron un símbolo.

Dejarlo como está... mmm...

Post Scriptum. Esto hay que firmarlo.

domingo, 22 de junio de 2008

Que pidan perdón

No, no hay que pedir perdón. Ni aquí ni allí. Ese morbo occidental por la autoflagelación ha llegado a niveles ridículos. El más inmoral derivó de los atentados del World Trade Center. Algunos llegaron a pensar que los americanos se lo habían buscado. No se puede ir de gendarme por el mundo. Quien siembra vientos recoge tempestades, se oía también. 3 00o personas tuvieron que pedir perdón por al menos un siglo de política exterior estadounidense. El castigo fue inapelable: cayó del cielo. Por si alguien tiene dudas.

Que aquellos teólogos del pecado vengan a los escombros de la zona cero. Y que no olviden entrar a la St. Paul's Chapel, justo al lado de lo que fue el WTC. Que vengan y lo vean. Y si hay que pedir perdón, que lo pidan ellos.

viernes, 20 de junio de 2008

¡Taxi!

No creo que en esta ciudad exista una atracción tan apasionante y maravillosa como el taxi. Puede subir cuando quiera y pagar al final. Recomiendo hacerlo en hora punta de la mañana o de la tarde, cuando Manhattan se parece más al centro de Islamabad que a cualquier otra ciudad occidental. Y a poder ser, que el viaje sea lo más largo posible y que no se salga de las fronteras del centro. Lo contrario es hacer trampa. Si usted es racista, o tiene impulsos de tal (quién no los ha tenido alguna vez), está de suerte: el taxista será negro o asiático (en todas sus variedades). Más razón todavía para odiarlo y respetarlo. La mayoría suele ser inmigrante, y quién sabe si acabado de llegar. Cuenta Enric González en sus inmortales Historias de Nueva York que el propietario del taxi acostumbra a arrendarlo a un inmigrante que apenas habla inglés (aunque no siempre) y conoce poco o nada de la ciudad. Eso sí, es la mejor fuente de información para saber cómo se degüella un cerdo en Nigeria o cómo se celebra una boda en Karachi.

Los taxistas se adaptan rápido a la forma de conducir de los neoyorquinos: conducen como en casa, es decir, como en Kinsasha. Quiero decir, como en Nueva York. No es la primera vez que siento cómo un coche me va acariciando lentamente la espalda en un paso de cebra para salir luego disparado hasta el siguiente semáforo. Aquí no hay distinciones: puede ser un autóctono o un taxista. Pero volvamos al último: usted está dentro del vehículo y decide ir, pongamos, desde Chelsea (el sur) a Upper East Side (el noreste). Son las 10 de la mañana y hay un tráfico endiablado. Uno piensa: no lo logrará. Pero créanme: lo consigue. Zigzaguea entre los coches como si condujera una motocicleta. Lo cual eleva todavía más el milagro (y el mito): el taxista conduce uno de esos Ford que vemos en las películas, con una carrocería que no la salta ningún caballo. Y no se cague. En ningún momento debe apretarse el cinturón de seguridad. Es más divertido cuando el coche le va lanzando de un lado a otro.

Usted llega a su destino y puede decir que ya no le queda nada por ver en esta vida. Ha odiado, amado, reído y casi llorado. Tal vez se haya mareado. Y ha sido testigo de cómo el taxi se metía entre dos camionetas y saltaba (sí, saltaba) al otro lado del carril, sin mirar apenas por el retrovisor, y para mayor proeza, sin rozar ningún vehículo. También ha podido observar cómo el taxi de delante cruzaba una vía de cinco carriles y frenaba en seco para recoger a un cliente. Quizá haya parado el tráfico de ese carril o haya obligado al coche de detrás hacer un giro brusco, dar el bocinazo (porque sin apretar el claxon al menos veinte veces al día no se es nadie) y seguir como si nada.

No diga que eso no es impagable. Y no tiene que viajar a Turquía ni tampoco a Afganistán. Aquí en Nueva York lo encontrará todo. Venga sino.

jueves, 19 de junio de 2008

El mayo neoyorquino

Aquí también tuvieron su mayo del '68, aunque con menos épica y sin las librerías haciendo su agosto. En abril de ese año, la prestigiosa Universidad de Columbia, situada en Harlem y Upper West Side (el campus principal comprende unos seis bloques), decidió construir un gimnasio con dos entradas: una para los estudiantes blancos, y otra, una trasera, para los negros, ya fueran estudiantes o del barrio. Se lió la de Dios. El 23 de abril unos estudiantes saltaron la verja del gimnasio que estaba en construcción, ocuparon varios edificios, entre ellos el Hamilton Hall y la Low Memorial Library (una biblioteca enorme construida en 1895, y que sirvió como tal hasta 1934, cuando se construyó la que ahora es una de las bibliotecas principales, la Butler Library). Así se pasaron una semana: protestando, ligando, fumando y, por medio, realizaban algún que otro debate.

Una semana después, unos 1 000 policías entraron en los edificios ocupados repartiendo estopa y detuvieron unos 700 estudiantes. Según la exposición que se puede ver todavía en la Butler Library, la represión policial fue brutal. Aparecen fotos con estudiantes tirados en el césped y con la cara ensangrentada y a policías con la porra en la mano corriendo detrás de algunos de los rebeldes. Muchos estudiantes, vecinos y ciudadanos indignados escribieron cartas en señal de protesta al entonces rector de la Columbia, Grayson Kirk, que había ordenado el desalojo. Otros también, pero aplaudiendo el gesto (me encanta esta expresión, "el gesto". La utilizan mucho los periódicos españoles, ya sea para referirse al saludo de una eminencia, una inversión empresarial o una invasión militar). En la exposición se reproducen varias de las cartas originales, mecanografiadas y amarillentas por el tiempo. Una de ellas, que luce muy hermosa, llega a comparar la intervención de los grises neoyorquinos con la Alemania nazi...

El periódico de la universidad, el Columbia Daily Spectator, le dedica un monográfico amable, medio nostálgico medio crítico, a la efeméride. Sin embargo, la Columbia Journalism Review, la estupenda publicación de la Escuela de Periodismo de la universidad, ha pasado por alto la conmemoración (anda ocupada últimamente en asuntos más serios). Bien hecho. Uno de los temas más interesantes del monográfico del CDS es el que habla de las relaciones entre la Columbia y el vecindario. En la exposición recuerdo una fotos con vecinos protestando no por la revuelta, ni por el gimnasio, ni siquiera por la segragación racial... ¡sino contra la misma Columbia! Hay una foto muy divertida con un niño sujetando un cartel que reza: "Columbia, get the hell out and stay out!" (traducción libre: "¡Columbia, lárgate de una puta vez!").

Ahora la universidad neoyorquina está llevando a cabo un proyecto de expansión por la zona, el Manhatanville Project, lo que va a comportar el derribo de muchos edificios, algunos históricos, para consternación de los más conservacionistas. Los argumentos en contra vienen a ser los mismos de siempre, en todas partes, en cualquier época: esos planes amenazan la identidad del barrio. De hecho, por lo que leo en algunas partes, la Columbia siempre ha sido una amenaza a la identidad de los vecinos. Sí, la identidad... nuestro fetiche contemporáneo. Una gilipollez. Como si nunca hubieran construido allí nada. La identidad histórica, dicen. Y llega la Columbia y les mancilla su historia. Qué cabrones. Sobre todo la dignidad, que eso no falte. Podemos estar famélicos, faltos de servicios, con desempleo, etc. Pero es nuestra identidad. Y nuestra dignidad por encima de todo.

Y volviendo al mayo del 68 neoyorquino. Me alegra que la celebración se haya quedado en una reunión entre unos cuentos ex estudiantes nostálgicos. Es signo de que aquí no se mira tanto al pasado como un recuerdo de lo grande que fuimos. A diferencia de otros lados. Y nada más. Eso fue mayo del 68, aquí y en todas partes: un caminito que el tiempo ha borrado. Y esta ciudad, la ciudad del tiempo, como la bautizó Camba, le ha rendido el único homenaje posible. Esto es, ninguno.

martes, 17 de junio de 2008

El remedio y la enfermedad

Ayer acompañé a N. al médico. Después de subir a una de las atracciones neoyorquinas más arriesgadas de la ciudad, el taxi, y de sobrevivir al trayecto (jamás había sentido tantas emociones), nos plantamos en Park Av. a la altura de la calle 88. Una zona de médicos y mercedes bien abrillantados. La consulta fue rápida; no duró más de cinco minutos. Y la broma costó 125 dólares (80 euros).

Llego a la redacción y Pedro, el editor de Salud del EDLP, me dice: "Si enfermas acá, estás jodido". Y luego añade con sarcasmo: "Es peor el remedio que la enfermedad". En efecto, enfermar en Estados Unidos es algo que no se lo recomiendo a nadie. No sólo por su coste, sino también por su pésimo servicio (me refiero principalmente al privado, que lo he padecido. No quiero ni imaginarme cómo debe de ser el público). Los sistemas de salud públicos están limitados a los programas Medicare y Medicade, administrados a su modo por cada estado. El primero se elaboró para asistir a las personas mayores de 65 años, y el segundo para dar cobertura sanitaria básica (subrayo básica) a las familias de rentas bajas. Fueron creados en 1965 por el gobierno de Lyndon B. Johnson y allí se quedaron: como embrión de un servicio sanitario universal que no llegó a consolidarse.

En las omnipresentes primarias demócratas y en la precampaña para la presidencia americana, uno de los grandes temas de debate está siendo precisamente éste, el de una posible universalización del servicio de salud. Los candidatos demócratas han presentado sus planes, y al parecer, el más razonable es el de Obama, que rechaza el requisito de comprar un seguro de salud (el "individual mandate") para acceder a los servicios. Una estupidez que no acabo de entender si lo que se persigue es el acceso universal a la sanidad. Los republicanos, por su parte, no quieren ni oír hablar de "universalización" ni "socialización" de los servicios médicos. Su argumento - el espantajo del socialismo - ha perdido consistencia (si es que alguna vez la tuvo) con el fin de la guerra fría. Pero un Giuliani combativo volvió a la carga recientemente. Con Guiliani pasa como con Churchill, en tiempos de crisis posee una talla extraordinaria, pero cuando la situación es normal resulta un peligro público (Enric González dixit).

El caso es que en Estados Unidos, según cifras que extraigo de la Wikipedia, 47 millones de personas (un 16% de la población) no están aseguradas. Y la evolución de los servicios sanitarios básicos causa más dudas que certidumbres sobre un prometedor porvenir. Los recortes sufridos en los últimos años se justificaron con el mismo argumento pseudoliberal con el que se defendía en España la libertad de elección de los padres en la educación, esto es, una mayor libertad de elección de los servicios (privados y públicos, sin deparar si todos tendrían la misma oportunidad de acceso a los mismos).

En España, donde poseemos un óptimo servicio público sanitario (a pesar de los intentos provincianos por entorpecer el funcionamiento de lo único que marcha más o menos bien en este país), el debate se ha desviado torpemente a la privatización de la gestión de los hospitales, que no a su financiación. De momento, mientras que esas sean las cuitas que desvelan a nuestros socialdemócratas, yo dormiré tranquilo. Al otro lado del océano, la discusión se ha llevado con menos ojeras ideológicas, y lo que preocupa no es si la gestión es privada, pública o mixta, con aliño o sin, sino que se garantice el acceso de todos a un servicio santiario de calidad sin que nadie deba pagar un peaje.

Post Scriptum: "El progreso de la medicina nos depara el fin de aquella época liberal en la que el hombre aún podía morirse de lo que quería". Stanislaw Jerzy Lec.

lunes, 16 de junio de 2008

Confusión gastronómica

Cena frugal en el Pipa, un elegante bar de tapas (perdón por el oxímoron) situado en la calle 19, entre Broadway y Park Av. Gambas al ajillo, croquetas de jamón, patatas bravas y lomo embuchado. Menuda mezcla. Para acentuar más la contradicción, los precios son prohibitivos y la presentación muy sobria. Pero vale la pena probar esos platos. Especialmente las croquetas: me recordaban el chorizo con manteca que comía en el pueblo de mis padres. Curioso. También las patatas bravas: están cortadas a lo pobre y bañadas con una salsa con sabor a romesco y alioli. Buenísimas.

La bebida es lo más flojo: no hay cerveza española (ni siquiera la horrible San Miguel) y tampoco sirven cañas. La carta de vinos apenas merece mención: dos vinos españoles (entre ellos un Rioja, of course) y el resto - pocos más - de Latinoamérica.

A partir de las 8, la cena la acompañan con música flamenca. El guitarrista es un argentino con apellido catalán (Cristian Puig). Toca la guitarra con la misma facilidad y naturalidad con la que cualquier persona camina. Por la voz y el aspecto, parece sacado de una de esas tribus nómadas gitanas. La primera interpretación es impecable. Creo que es José Francés; no estoy seguro. Me presento y le pido su tarjeta para llamarle un día y concertar una entrevista. Me han fascinado su toque de guitarra y su voz. No sé si mi jefe cederá a este capricho. Yo lo intentaré.

Afuera ha dejado de llover. Prefiero caminar hasta la casa y respirar un poco de aire fresco. Últimamente el clima de Nueva York era de lo más hostil: mucho calor; mucha humedad; lluvia; calor; humedad y vuelta a lo mismo. Esta noche, por fin, nos ha concedido un momento de tregua.

domingo, 15 de junio de 2008

La grandeza de América

Mario Vargas Llosa publica un artículo sobre Nueva York en la prensa española. Ha pasado dos meses en la Biblioteca Pública de Nueva York trabajando en su última novela. Entre otras cosas, destaca la actividad cultural de esta ciudad, la París del siglo XXI. También resalta el carácter cívico de su sociedad, que a diferencia de la europea, es más activa y menos dependiente del estado. En el país americano la cultura apenas mendiga de ningún ente público. Hay numerosas fundaciones privadas que se encargan de mantenerla, y de hacer de su actividad artística, cultural (incluida también la científica) la más dinámica del mundo. A diferencia de Europa, donde un estado burocratizado y esclerotizado ha sumido la cultura en un provincianismo subvencionado (véase el caso paradigmático de la "excepción cultural" francesa), en Estados Unidos su dinamismo no sólo se demuestra en el aspecto cultural, sino también en el cívico.

Desde Europa se ha acusado varias veces la carencia de un estado social en América. Pero en ningún momento se ha llamado la atención del potencial asociacionista de la sociedad americana. El activismo local se originió por la falta de un estado providencia que sufragara todos los servicios que los ciudadanos precisaban. Así lo narró Tocqueville, cuando dejó la naciente Francia hiperburocratizada. El hiperindividualismo americano no es más que un mito europeo para ensalzar las bondades del estado socialdemócrata y justificar así la apatía de la sociedad civil europea. No existe sociedad democrática menos individualista que la americana, donde las asociaciones civiles locales superan con creces las europeas y llevan a cabo una labor de rescate social mucho más eficiente que el del Estado del bienester del otro lado del Atlántico. Es en Europa donde ha tenido lugar el peor individualismo de todos; el más infantil y parasitario.

Luego se dirá que en el país que describió perspicazmente Tocqueville los índices de abstención electoral son alarmantes. Sí, es algo preocupante. Pero se explica más por un fuerte arraigo y activismo local que no por la apatía política de sus ciudadanos. En Europa estamos más pendientes de lo que el estado pueda hacer por nosotros; en Estados Unidos, parafraseando a Kennedy, los ciudadanos son más maduros y miran qué pueden hacer por los demás, sin esperar que ningún estado paternalista les saque las castañas del fuego. Esa es la grandeza de América.

sábado, 14 de junio de 2008

Episodio racista

Mediodía. Calle 34 con Quinta Avenida. Unos muchachos con ropas anchas, pañuelos en la cabeza y camisas abiertas promocionan sus discos de rap. Uno de ellos, algo mosqueado por su mala suerte, apela a los transeúntes - en su mayoría turistas - con el mejor marketing de la ciudad: "¿No te gusta la música negra? Eso es porque eres un racista". (Lleva una chapa de Obama en la mochila. "Yes, we can"). Así lleva un buen rato, espetando tales lindezas a los distraídos turistas. Se me acerca con cara de mal humor: "¿No te gustan los negros americanos?". No puedo evitarlo. Le respondo secamente: "No".

Post Scriptum: el periodismo sólo-se ocupa-de-la-gente-en-un-instante-de-sus-vidas.

viernes, 13 de junio de 2008

Paco en Nueva York

Antonio Muñoz Molina y sus "Ventanas de Manhattan". Las primeras páginas parecen que estén escritas por alguien que no ha salido de su pueblo en toda la vida. Llega a la gran ciudad pasmado, como aquellas películas del pegajoso Paco Martínez Soria. Sólo le falta la cabra y la boina. Al menos aquel simpático actor español conocía el idioma cuando llegó por primera vez a Madrid. Muñoz Molina aterriza en Nueva York sin saber ni papa de inglés. No le culpo. Los españoles que solemos salir así al extranjero somos legión. Yo mismo, que me manejo muy torpemente con los idiomas, soy un experto en trabucar la gramática inglesa. Después de una conversación, mi interlocutor suele irse despavorido. Creo que teme que el siguiente pueda ser él. Pero a estas alturas no se me ocurre abrir un blog y explicar mis vicisitudes con el idioma autóctono. Ya pasé todo lo que tenía que pasar cuando estuve en Inglaterra.

Llegar a Nueva York y narrar la sorpresa del idioma, el jet lag, los rascacielos y las luces de neón era algo que se podían permitir los escritores españoles de principios del siglo XX. Julio Camba escribió un libro inmortal titulado La ciudad automática. Entonces, titular así a una ciudad era un gran hallazgo. Camba supo advertir el itinerario que seguiría el resto de la civilización occidental: estandarización de la producción y el consumo; automatismo en las relaciones entre proveedor y cliente, etc. Ni una palabra le dedicó al inglés americano. Visitar a principios del siglo XXI Nueva York y hablar con una prosa desabrida de las dificultades con el inglés como quien habla de una aldea bengalí con su lengua exótica me parece una licencia imperdonable. Muñoz Molina es un gran novelista. Se podría haber guardado sus cuitas provincianas para contárselas a su esposa por el teléfono del hotel.

Es difícil hablar de Nueva York. Es una ciudad muy trillada por la literatura. Uno puede caer en la tentación de repetir lo que ya se ha dicho y se sabe sin necesidad de vivir aquí. Así lo entendió el gran periodista Enric González, y escribió un libro bienhumorado con historias de lo más curiosas y divertidas. Hay algunas normas que uno debe tener en cuenta cuando escribe sobre esta fantástica ciudad: no mencionar el Poeta en Nueva York de Lorca; obviar a Walt Whitman, la sorpresa por el idioma y sus rascacielos. Son temas muy manoseados. Aburren.

El que fuera director del Instituto Cervantes de Nueva York, abre un libro sobre su experiencia dando la sensación de ser un inmigrante recién llegado en un barco de polizón. Ya digo, como Paco Martínez Soria en Nueva York.

jueves, 12 de junio de 2008

Making off

Con motivo del próximo domingo, el Día del Padre en EE UU y otros países de Latinoamérica, mi editor me encargó un reportaje sobre "cómo ser un buen padre". Así que fui a parar a El Barrio, el famoso Spanish Harlem, en busca de progenitores. En un lugar de puertorriqueños, sólo pude entrevistar a dominicanos. No tengo nada en contra de estos; me parecen tan simpáticos o desagradables como cualquier otra persona. Pero intuyo que por un cierto celo multiculturalista, todos los hispanos tienen que tener su cuota de representación. No lo sé. Pero así lo entendí yo.

Buscaba padres a una mala hora del día: 35º C, mucha humedad (créanme, comparado con esto, Barcelona tiene un clima seco) y ni un padre. Aun así, me sorprendió la jovialidad de las personas a las que intentaba entrevistar. No daba ni una: nadie tenía hijos. Después de dos horas empapado en sudor, intercambiando chistes malos y sin encontrar ningún padre, me planté azarosamente delante de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia. No quise entrar: iba a perder mucho tiempo, estaba a punto de desfallecer de calor, no había conseguido ninguna entrevista con un padre y me quería ir ya. Así que di media vuelta y entré en la librería. Salí una hora más tarde con una antología de artículos de la revista Slate. Allí ha escrito Christopher Hitchens contra las mentiras del idolatrado Michael Moore (En inglés. En castellano). Me fui a Amsterdam Av. y en media hora ya tenía todo lo que buscaba. Menudo día.

(Más tarde)

Ya sólo necesito declaraciones de expertos. No rompo con el protocolo: un sociólogo y un psicólogo. Pienso en Lluis Flaquer, que fue profesor mío en Sociología de la Familia. Tiene un libro estupendo titulado La estrella menguante del padre. No me responde a las llamadas. Así que paso al plan B: celebro el nuevo premio de Google buscando artículos de este sociólogo. Cojo un par de citas y cumplo con su representación. Por lo que hace al psicólogo, consigo dar con Luis Rojas Marcos, que imparte clases en la Universidad de Nueva York. Muy amable, me responde a mis preguntas. Todo lo que me dice este psiquiatra me recuerda a lo que ya había dicho Savater en El valor de educar. No sé con quién quedarme. En periodismo mandan las declaraciones directas, así que dejo al filósofo donostiarra en la recámara.

Ahora sólo necesito fotos. Después de ese mal día en El Barrio, me niego a volver. Ya tuve suficiente. Me acerco a una cafetería cerca de mi casa, el "From Earth to You Café" (calle 24 con Décima Av.). Por el nombre parece un lugar con productos tiernamente elaborados por pequeños agricultores. Seguramente no encuentren un lugar con productos más plastificados e industrializados que ese. Allí me encuentro con Juan y Samuel, dos empleados hispanos de la cafetería. Suelo ir con frencuencia; ya son amigos. Me encantan los paninis que hacen. El café es horrible, pero los sandwiches son lo mejor.

Juan y Samuel se pasan todo el día hablando de fútbol. Ahora que tiene lugar la Eurocopa, cada vez que me ven no paran de hablarme de la selección (la española, se entiende). Yo, que no sé nada de fútbol, río y hago los comentarios más banales del mundo: "Sí, claro, necesita una mejor alineación"; "Fue una mala temporada" (referido al Barça), etc. Les hago un par de fotos y luego me invitan a café y muffins. Decido que tengo que volver.

Gracias a Google consigo acabar el reportaje. Que Dios bendiga esa empresa. Felicidades por el Premio Príncipe de Asturias. Cuánto le debe el periodismo contemporáneo a ese gran invento.


Post Scriptum: Mis amigos Jaun y Samuel del "From Earth to You Café".



miércoles, 11 de junio de 2008

Café y dinero

Si apartáramos toda la hojarasca y el ruido que envuelven lo que llamamos la modernidad, encontraríamos sus dos rasgos esenciales: el dinero y el café. Sin estos dos elementos, el orden social sería insostenible. E incomprensible. Georg Simmel supo verlo en su Filosofía del dinero (1900): el dinero es un medio importante en la creación de vínculos sociales entre las personas. La sociedad no sólo es una colección de individuos; ninguno de ellos puede ser concebido sin el otro. A través del dinero, resumía Simmel, se establecen las relaciones entre personas. Más tarde, en 1971, tres grandes visionarios de la modernidad - un profesor de inglés, Jerry Baldwin, un profesor de historia, Zev Siegel, y un escritor, Gordon Bowker - abrieron la primera cafetería Starbucks en Seattle. Que en 1999 fuera objeto de las turbas antiglobalizadoras en esa ciudad, da cuenta de su importancia. El empresario que se encargó de internacionalizar la omnipresente cafetería, Howard Schultz, su actual presidente, lo dejó claro: "Starbucks representa algo que va más allá de un vaso de café". En Nueva York, la capital económica del mundo, Starbucks está presente en todas las calles de Manhattan. Dinero y café. Prueben de quitar todas esas cafeterías: asistirán al hundimiento de toda una civilización.

martes, 10 de junio de 2008

Tips

En la Barcelona anarquista de Homenaje a Cataluña, Orwell observó un hecho más que curioso: los camareros no aceptaban propinas. No porque lo tuvieran prohibido. Las razones que dio Orwell - si es que dio algunas - no las puedo recordar. Pero tal vez la renuncia a esa práctica se debiera a la ruptura con el viejo orden capitalista que aquellos simpáticos anarquistas detestaban. Quién sabe.

No hay costumbre que pueda irritar más a un europeo, especialmente a un español, que el de las propinas. Las tips. Un abuso, pensamos muchos. La consideración viene de origen: en España no damos nunca propinas; simplemente nos deshacemos de la chatarra que no queremos en nuestros monederos. Recuerdo cuando mi amigo A., dominicano residente en Nueva York, visitó Madrid por primera vez. Siempre que íbamos a pagar la cuenta, A., por automatismo, dejaba entre tres y cinco euros de propina. Si no le hubiéramos disuadido en el empeño, quizá los camareros hubieran salido corriendo detrás nuestro para decirnos "¡Eh, que os dejáis el cambio!". O quién sabe si le hubieran hecho la ola.

En Nueva York la costumbre es dar entre el 15 y el 20% de lo que cuesta el servicio en propinas. Esa es la norma en todo el país. Según James Surowiecki, del New Yorker, esa práctica se adoptó después de la Guerra Civil americana (1861 - 1865). Sólo la oposición de algunos grupos antipropinas ha logrado que ese hábito, considerado por algunos como una costumbre absurda, se haya prohibido en seis estados (entre ellos, la poderosísima California).

Los americanos justifican esa práctica con el siguiente argumento, veraz en sus premisas pero pernicioso en sus consencuencias: los sueldos de los camareros son bajísimos, cuando perciben alguno, y la propina es lo que les salva de la miseria. Ya hay restaurantes que la incluyen en la cuenta. Aunque la mayoría sigue dejándolo a la elección del cliente (por algo se llama propina). Más de un europeo despistado se ha olvidado o le ha dejado un poco de chatarra (esto último, constituye una afrenta para el camarero. No lo hagáis).

El mejor debate que he presenciado sobre las propinas es este diálogo tarantiniano, de la película Reservoir Dogs. Si no queréis escuchar las consideraciones sobre el Like a Virgin de Madonna, saltad al minuto 3,42 (cortesía del Blog del Salmón).



Aquí la versión original. Mucho mejor.

lunes, 9 de junio de 2008

Central Park

En 1844 dos señores llamados William Cullen Bryant y Andrew Jackson Downing, editor del Evening Post (ahora New York Post) el primero, y arquitecto el segundo, empezaron a publicitar la necesidad de un gran parque en la ciudad. Inspirados en el Bois de Boulogne de París y el Hyde Park de Londres, pensaron que una ciudad como Nueva York, que se ensanchaba cada vez más, necesitaba para su grandeza un parque a la medida que diera oxígeno a sus habitantes. En 1853 el Estado de Nueva York dio luz verde a la creación de un parque que se extendería de la calle 59 a la 106, en un cuadrado de 2,8 Km. Presupuesto inicial: cinco millones dólares.
Los arquitectos Frederick Law Olmsted y Calvert Vaux serían los encargados del proyecto. El parque acabó de construirse en 1873, y acabó comprendiendo un cuadrado de 3,41 Km (un rectángulo de 4,1 km por 830 metros), de la calle 59 a la 110, entre la Octava y Quinta Avenida. El mejor lugar para apreciar la magnitud de ese coloso es el Rockefeller Center, uno de los rascacielos más grandes de la ciudad. N. sacó varias fotos desde la azotea.





Sin Central Park y sus enormes rascacielos, Nueva York sería una de las ciudades más horribles del mundo. La racionalidad de esos edificios y de ese inmenso parque ha sido cuestionada varias veces. Me parece absurdo. No los rascacielos y Central Park, que son brillantes. Sino el preguntarse por su racionalidad. Podríamos así ir más lejos, y preguntarnos también por la necesidad de una ciudad de diez millones de habitantes. O también por qué una ciudad como Nueva York tiene más letreros en español que Barcelona, cuando los hispanohablantes constituyen una minoría (en Nueva York, claro, no en Barcelona). Pero de esto último ya hablaremos otro día.
No hay porqués que valgan para cuestionar la razón de esas grandes edificaciones. Es así porque sí. Y punto. Nadie llega y se pregunta "¿y esto, por qué?". Josep Pla se atrevió a lanzar la pregunta más pertinente de todas: "I això, qui ho paga?". La más pertinente de todas, en efecto, porque ese dinero puede salir del bolsillo de los contribuyentes, como en el caso de Central Park, o de algún hombre de negocios adinerado, como el del Rockefeller Center. Això qui ho paga, se preguntó Pla. Sí, això qui ho paga...





domingo, 8 de junio de 2008

El día boricua

Parece que el primer boricua llegó a la ciudad en 1898. ¿Recuerdan? España pierde sus últimas colonias de ultramar (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) en un guerra contra Estados Unidos. El país de Jefferson concede a Puerto Rico la categoría de territorio de la unión en 1917, con la Jones Act, y de esa forma se otorga la ciudadanía americana a todos los puertorriqueños. Boricua es la palabra que los puertorriqueños utilizan para designar a aquellos compatriotas que pertenecen a familias con varias generaciones de arraigo en la isla. Al parecer, todos los puertorriqueños de Nueva York son boricuas.

Hasta la Segunda Guerra Mundial muchos puertorriqueños inmigraron a Nueva York. Incluso llegaron a fundar "El Barrio", también conocido como el Harlem Español, una zona que se extiende de la calle 96 a la calle 125. La gran ola inmigratoria llegó en la postguerra: la falta de empleo en la isla boricua llevó a muchos de sus habitantes a la Gran Manzana. En 1957 se celebra por primera vez el Desfile de Puerto Rico en el Harlem Español, y al año siguiente se traslada a la Quinta Avenida. El segundo domingo de junio, de la calle 44 a la 86, desfilan miles de puertorriqueños para celebrar su día. El día Nacional de Puerto Rico.

En Central Park se podía hoy observar muchos puertorriqueños con sus banderas y símbolos nacionales. Muchos han nacido en Nueva York y utilizan el inglés como lengua de uso común. Algo que, por cierto, podría herir a la calaña multiculturalista. Aun así, sorprende todavía el arraigo a una tierra que muchos no han pisado y que tal vez no vayan a pisar en su vida. En Nueva York eso acostumbra a pasar. En St. Patrick's Day, por ejemplo. Miles de irlandeses nacidos en Nueva York, que sólo han visto la tierra de sus antepasados en televisión, salen a la calle con la bandera de Irlanda; se emborrachan con pintas de cerveza irlandesa; se mean en la calle y se pelean... todo al más puro estilo irlandés.

En Nueva York se suele hablar de irlandeses, puertorriqueños, dominicanos, italianos, afroamericanos, chinos, etc. Todo muy culturalmente acrisolado. Un individuo, una raza. Así lo estamos viendo estos días con Obama. Y así lo veremos el día en que un hispano se presente a la presidencia de Estados Unidos. El país que alumbró por primera vez la democracia liberal es incapaz de hablar simplemente de ciudadanos. Y Nueva York, una ciudad de origen holandés, fruto de la inmigración, tan cosmopolita ella, es inconcebible sin sus desfiles anuales de puertorriqueños o irlandeses. Eso sí, todos cumplen la ley. Y eso es lo que importa.

sábado, 7 de junio de 2008

Sábado en Union Square

Hoy Arcadi Espada ha publicado el artículo que me hubiera gustado escribir. Qué cabrón. Con ese artículo y todos los links que lo acompañan se podría echar abajo todos los planes de estudios elaborados por y para las disciplinas de las ciencias sociales. Es más: se podría cuestionar la razón de ser de éstas. Al menos, tal y como se plantearon en el siglo XX. Una de las primeras lecciones que uno aprende cuando empieza a estudiar sociología es el "constructivismo social". Los alumnos la aprenden bien y rápido: "esto es una construcción social". Así empiezan todos los trabajillos que van realizando durante la carrera. Y así acaban. No dicen nada más. La construcción social de la realidad, escrita por Berger y Luckmann en 1966, es el evangelio que les inspira. Nadie lo lee, porque es un libro pesado y que exige algo más que fe. Por eso se quedan más que satisfechos con la Invitación a la sociología de Berger. Dice más o menos lo mismo que el primero pero explicado a los niños. Es muy mona cuando uno empieza la carrera; uno acaba por creer (sí, por creer) que ahí se encuentra la respuesta a todas las preguntas.

La profesora Ángeles Lizón abrió un poco la caja de pandora para que entrara aire, y nos habló de un tal Mario Bunge, Bricmont y Sokal o Steven Pinker. Y su frase lapidaria, que ningún alumno lograba entender (entre los que me cuento), siempre la tendré guardada en la memoria: "O la sociología se abre a las nuevas corrientes de la psicología evolutiva, la biología y la genética y el resto de las llamadas ciencias fuertes, o ya podemos ir cerrando nuestras facultades porque todo esto no es más que pura charlatanería". La pobre Lizón predicaba en un desierto intelectual. Ni siquiera pudo acabar el curso por su mal estado de salud. Pobre. Si la hubiéramos escuchado a tiempo nos hubiéramos ahorrado leer y decir muchas tonterías. Pero su mala salud la apartó de la docencia. No sé si habrá vuelto a dar clases. Pero tal y como sigue la cosa da lo mismo que haya vuelto.

Hoy en Nueva York ha hecho un calor despiadado. El termómetro indicaba unos 34ºC, con una humedad que hacía el ambiente irrespirable. En Union Square Park me he quedado con ganas de echar una partida de ajedrez con esos tipos autóctonos que pasan las tardes sin más pasatiempo que ese. Creo que una tarde volveré y jugaré con ellos. Me ha parecido ver que hacen apuestas. Así que, por si acaso, me presentaré con el bolsillo lleno. Con la habilidad con la que juegan, seguramente me desplumarán hasta las zapatillas. Me da igual: pasar una tarde con ellos debe de ser una experiencia fabulosa.

Post Scriptum: no sólo es el fracaso del liberalismo en Latinoamérica; es, simplemente, el fracaso de Latinoamérica. Gracias Happel.

viernes, 6 de junio de 2008

Carlos Fuentes en el MET

Ayer me enviaron a cubrir una conferencia del escritor mexicano Carlos Fuentes al Museo Metropolitano de Nueva York (MET). Conozco al Fuentes ensayista, pero no he leído al novelista. Por fortuna para mí, esta vez se trataba de escuchar al primero. Y no lo digo por devoción al personaje - que le tengo poca. Lo digo porque Fuentes me aburre. He leído los artículos que publica en la prensa española, es decir, en El País, como éste de aquí. Y pocos más en alguna revista. Sus ideas están plagadas de tópicos de la izquierda biempensante. No dice nada original, ni que haga pensar. Más bien adormece al espectador con su retahíla de ideas prêt-à-porter de izquierda . Esta vez tocaba hablar del bicentenario de la independencia de las colonias americanas. Dejando a un lado la precocidad de la celebración, y también el hartazgo de la efeméride (en España vivimos dos o tres por año. Una pesadilla), he de reconocer que alguna de las preguntas que formuló Fuentes me parecieron muy pertinentes. Aquí va una: ¿Por qué Latinoamérica sigue estancada en el subdesarrollo después de doscientos años de independencia?, una gran pregunta omniabarcadora de todo lo humano y lo divino, de las esencias y las presencias, con sus ausencias y demás eminencias. Es decir, pura verborrea.

Sus respuestas, todavía más pertinentes, deslumbraban por su originalidad: "La base de la desigualdad en América Latina es la exclusión del sistema educativo. La estabilidad política, los logros democráticos y el bienestar económico no se sostendrán sin un acceso creciente de la población a la educación". Nada escapó del catálogo teológico de la izquierda latinoamericana: Latinoamérica se encuentra en la encrucijada entre el neoliberalismo y el populismo; "votos o botas" (citando a Felipe González); las amenazas del libre comercio; la identidad cultural; el amigo-enemigo norteamericano ("un gran país a pesar de sus brotes xenófobos y leyes antiinmigración". Vamos, un me gustas pero eres un hijo de puta)... Amén.

Digo que fue una suerte para mí ir a escuchar al Fuentes ensayista porque uno ya parte de la idea - poco alentadora, por cierto - de que ya sabe lo que va a escuchar. No va a haber sorpresas. Así que la noticia ya se puede escribir antes de que empiece el acto. Escuchando a Carlos Fuentes le asalta a uno la siguiente duda: ¿estamos frente al discurso de un funcionario?

(Para una mayor profundización en la vertiente literaria e intelectual de Carlos Fuentes, léase este espléndido ensayo que Enrique Krauze publicó hace veinte años en la revista Vuelta).

jueves, 5 de junio de 2008

How about you

"El mejor mes para las epifanías neoyorquinas es sin duda junio. Hay una vieja canción maravillosa, How about you, que habla de eso. Hay que vivir en Nueva York el final de la primavera, cuando se olvida la nieve, se guardan los abrigos donde quepan (ésa es tal vez la operación más complicada, porque el espacio no abunda) y los neoyorquinos recuperan la calle y la brisa con aroma de mar, de alquitrán, de monóxido de carbono y de savia nueva: una combinación embriagante. Es un estallido suave, una invitación a vivir".

Esto me lo encontré ayer en Historias de Nueva York, un libro fabuloso del grande, ¡grandísimo!, Enric González. Enric González escribe diarimente en El País. Fue corresponsal de ese diario en Nueva York entre el 2000 y el 2005. Es también una de las pocas razones y personas razonables por las que vale la pena seguir leyendo ese diario. Desde que censuraron a Savater, no he vuelto a comprar El País sin una justificación. Antes lo hacía porque sí. Ahora porque escribe Enric González, o Savater, o Félix de Azúa, o José Luis Barbería y unos pocos más que me dejo en el tintero. Pero necesito justificármelo. No lo puedo evitar. Lo de Savater me pareció imperdonable.

Pero no quiero seguir hablando ahora de mi país. Retomando el texto de Enric González, es cierto que uno vive su epifanía, su revelación personal neoyorquina, cuando llega junio. En Semana Santa estuve aquí, y la ciudad me pareció horrible. Qué coño horrible: hostil. El tiempo era cada día una amenaza que se consumaba al salir a la calle. Para alguien criado en las bondades del clima mediterráneo, el de Nueva York le puede parecer una traición: cuando sale el sol, hace un frío despiadado. Amén de soplar un viento todavía más impío. En cambio, cuando el día se nubla, la temperatura es más agradable, y resulta el mejor momento para estar fuera. Eso es la primavera neoyorquina.

Sin embargo, al llegar junio, todo cambia. Tuve mi revelación personal el lunes, mi primer día en El Diario. Salí a la calle en busca de uno de esos bidones de café que sirven en el Starbucks que está en la esquina de mi calle con la octava avenida. Desde allí caminé dirección sur toda la avenida, que desemboca en Hudson Street, hasta llegar al número 345. El paseo es extraordinario, una invitación a vivir, como dice Enric González. En el tránsito del barrio de Chelsea a West Greenwich Village, donde se encuentra El Diario, uno experimenta ese sentimiento oceánico del que hablaba Freud. No es mi intención ponerme místico, ni tampoco romántico. Simplemente constatar esa sensación que uno experimienta al hacer ese trayecto a pie a las 11 de la mañana, un día soleado de principios de junio. Nueva York es la ciudad del ruido y la furia. Basta con plantarse a cualquier hora del día en la calle 34 con la quinta avenida, pararse a observar y escuchar, y sentir el vértigo de una ciudad que te devora por su hiperactividad y estruendo.

No obstante, en el trayecto que hice esa misma mañana, observé una ciudad sosegada y tranquila; una ciudad que es negada a muchos de sus habitantes en un día como ese y a una hora como esa. Fue allí cuando entendí por qué Enric González escribió: "En ese momento decidí quedarme a vivir en Nueva York, para siempre, pasara lo que pasara".

(Enric González regresó después de cinco años. Ha vuelto más veces - bueno, al menos una, que yo sepa - a la Gran Manzana. Por lo que no se quedó para siempre. Así que no os preocupéis. Para alegría de unos e indiferencia de otros, pienso volver. Al menos algo así dice algo tan prosaico y realista como mi visado: no hay nada más racional que la burocracia para hacerle a uno volver de misticismos y demás sentimientos religiosos).


Post Scriptum: Por una izquierda darwinista.

miércoles, 4 de junio de 2008

No, España no es responsable del 70% de los rumores en internert

No, España no es responsable del 70% de los rumores en internet (Muchas gracias, Verónica)

La capital de la ciencia

La semana pasada se celebró la primera edición del World Science Festival en Nueva York. No podía ser menos. La capital mundial de las finanzas y la cultura tiene que ser, consecuentemente, la capital mundial de la ciencia. Hoy en día, ninguna sociedad desarrollada puede obviar el factor científico (bueno, sí, hay una). Para empezar, porque es el conocimiento científico lo que determina su desarrollo. Emilio Lamo de Espinosa lo dijo así, y así es. Nueva York alberga ahora, según el presidente de la New York Academy of Science, Ellis Rubinstein, el mayor número de estudiantes de ciencias y alumnos postdoctorales. También ha dado cobijo a 127 premios Nobel, que han estudiado o enseñado aquí. Y más datos que harían sonrojar el árido campo científico español (no hace falta repetirme, me remito al artículo de Rubinstein).

En España llevamos ya un largo tiempo (al menos, a mí ya se me ha hecho largo) vanagloriándonos de ser la octava economía del mundo. Sin embargo, una economía de ladrillo y playa no es una economía. Es puro analfabetismo. En el mundo de las ciencias y las tecnologías de la información, esto es, en el mundo contemporáneo, España ocupa un lugar que se adecua a su condición de país puntero en ciencias: somos el país de la brecha digital y del rumor. Sobre el primero, se ha ocupado hoy el gran Arcadi Espada en un imprescindible artículo (como todos los que escribe) en El Mundo. Por lo que hace al segundo, la gran aportación de nuestro país a la era digital ha sido el de volcar el 70% de todos los rumores que corren por Internet. Una proeza para un país con tan pocos internautas (unos 20 millones en 2007), si lo comparamos con Estados Unidos o China (que superan los 220 millones de usuarios). Algo que, por cierto, dice mucho de nuestra cultura científica, al preferir la superstición y la emotividad a la información racional y empíricamente contrastada.

Pero volvamos a Nueva York, que está más cerca. Decía que no podía ser menos que el primer Festival Mundial de la Ciencia se haya celebrado en esta ciudad. La capital cultural del mundo no puede ser tal simplemente por las artes y las letras. En el mundo anglosajón, por fortuna, no se mutila la palabra cultura y se lanza la ciencia a las secciones de sociedad, donde merodean los perros, los violadores y los obispos. Nadie que se considere medianamente culto e informado puede obviar que la ciencia es tan necesaria en nuestras vidas como la literatura y el arte. Al menos en Nueva York, y en el resto del mundo desarrollado, lo entienden así. Y esto es lo que hace de Nueva York no sólo la capital mundial de la ciencia, sino, simple y llanamente, la capital del mundo.



Post Scriptum: no os perdáis diez minutos de la vida de un gran escritor:

martes, 3 de junio de 2008

El Diario

Ayer fue mi primer día en El Diario/La Prensa. La redacción se encuentra en Hudson Street, West (Greenwich) Village, al sudoeste de Manhattan. Desde el estudio de Chelsea (en la calle 19 con la octava avenida), simplemente hay que coger esa misma avenida e ir bajando hasta llegar al número 345 de Hudson St. Es una línea recta, y el trayecto no demora más de veinte minutos a pie. Es una lástima que ahora la redacción la vayan a trasladar a Brooklyn Heights, porque las vistas que hay desde West Willage son impagables.

Desde unos grandes ventanales, se contempla todo el World Trade Center. Es decir, nada. Porque ahora mismo hay dos boquetes enormes; los dos grandes agujeros que dejaron los atentados terroristas del 11-S. Desde esa misma redacción pudieron contemplar, casi en primera fila y con la prudente distancia, el derrumbamiento de las torres gemelas. Heriberto González, editor de Espectáculos, me expicó la angustia que sintió ese mismo día, cuando él era el jefe de Metropolitano (local), y tuvo que enviar a un redactor y a un fotógrafo a cubrir esa infamia. Durante horas no tuvo noticias de ellos. Mientras, las únicas noticias que llegaban desde el exterior eran las cifras, innombrables por dolorosas e infames, de víctimas. Por suerte, ambos estaban bien, y pudieron volver ilesos a la redacción. Heriberto González dejó Metropolitano y se pasó a Espectáculos. Desde entonces, ni por asomo, tiene pensado volver a la sección Local.

lunes, 2 de junio de 2008

Chelsea

Llegué a Nueva York el viernes después de un incómodo viaje. Había dormido poco, y de Bruselas, donde hacía escala, a Nueva York, volé con una compañía india, Jet Airlines, de lo menos recomendable. Compartí sitio con un hombre de nacionalidad india que parecía descubrir la ley de la gravedad por primera vez. Apoyado todo el rato en la ventanilla, no tenía mejor ocupación que ir abriendo y cerrando la dichosa ventanilla cada vez que se despertaba. Con lo que me despertaba a mí también, y a los circundantes. Otras veces, sin contención alguna, soltaba una de esas ventosidades que al percatarse de ellas, como diría mi padre, "se le quitan a uno las ganas de seguir viviendo". En fin, mejor no seguir.

En Nueva York, reencuentro con N., después de dos meses. N. vive en un estudio en Chelsea, al sur de Manhattan (o Lower Manhattan). Aquí me alojaré durante todo el verano. Chelsea es una zona residencial llena de homosexuales y galerías de arte, una inevitable combinación. Tuvo su época dorada hace unos años, según me explicó una amiga americana de Madrid, que estudió en Nueva York. Eso no quiere decir que ahora haya perdido fama. Al contrario, la gente sigue deseando vivir en este barrio tranquilo, con buenos y variados restaurantes y estupendas terrazas.

Paseando por este barrio no puedo evitar acordarme de mi amigo Víctor Navarro, que pronto se dará a conocer como escritor. Pues Chelsea es la mejor zona donde pueden ir a parar los llamados alternativos: todo el mundo lleva esas gafas horteras que se han vuelto a poner de moda, calza converse y su compañero de piso es gay. ¿Qué más se puede pedir?

Pero mi Chelsea, al menos, la Chelsea que yo quiero vivir, la cantó hace tiempo Leonard Cohen. Y esta es la que quiero retener en la memoria (y en este blog).



Post Scriptum: desde la Playa Libre (que Dios la guarde en la memoria de la blogosfera), me llega la estupenda noticia de que Pericay tiene sitio.